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DETALMANERA. Devocionales cristianos y estudios bí­blicos

DETALMANERA. Devocionales cristianos y estudios bí­blicos

Predicamos a Cristo, y este crucificado.

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15.- LA PENA Y PODER DEL PECADO

Estudio doctrina bíblica detalmanera 13 sobre la pena y la paga del pecado.

15/08/2022

Habiendo visto el tema anterior en el cual se expone bíblicamente la caída en Génesis 3, y las devastadores y aún perdurables consecuencias de ella, hay que decir claramente que el pecado trae 2 consecuencias: un castigo contra nosotros y un poder dentro de nosotros.

Podemos decir que hemos heredado el pecado de Adán de 2 maneras; culpa heredada y corrupción heredada.

Primeramente expondremos que hemos nacido bajo el castigo de la Ley y la justicia, siendo culpables de la transgresión de Adán, nuestro primer representante.

Además expondremos, a continuación, que igualmente En Adán estamos contaminados de pecado.

LA PENA DEL PECADO

Siendo Adán la Cabeza federal y representativa de toda la humanidad (Romanos 5:12), todos nosotros hemos caído y pecado justo cuando él cayó y pecó en el Edén. Y puesto que todos hemos pecado en Adán, todos igualmente somos culpables y estamos necesitados de una impartición de vida espiritual.

Es por ello que, desde Adán hasta Moisés, sin existir ley escrita como tal, ya había muerte, y se debe a que Dios los consideró culpables igualmente del pecado de Adán, siendo la muerte (física, espiritual y eterna) la paga y consecuencia del pecado (Romanos 6:23)

Si el castigo solo fuera la muerte física, cuando morimos ya habríamos pagado y Dios NO nos podría decir nada, debería aceptarnos en Su Reino sin más. Pero además de la muerte física, está la muerte espiritual (nacemos separados y alejados de Dios) y eterna, que sería (salvo que interceda Dios) la correcta paga del pecado.

Cuando Adán desobedeció y pecó, Dios consideró a su descendencia igualmente pecadores en él, ya que estábamos representados por él. Así Dios, el Juez Justo y Supremo, nos imputó la culpa de Adán, considerándonos tan culpables como él. Recibimos por traslado e imputación la pena del primer pecado del hombre.

Antes de albergar cualquier atisbo de pensamiento acerca de un Dios injusto, vuelve a leer Romanos 5:12-21 y te darás cuenta que tampoco es justo que a Su Santísimo y Perfecto Hijo, la 2ª cabeza federal y representativa de la humanidad y el 2º, mejor y perfecto Adán, se le imputase nuestra culpa para que a nosotros, por medio de la fe en ÉL, se nos impute su Perfecta Justicia (2ª Corintios 5:18-21)

Todo pecado es una afrenta deliberada y una alta traición contra la Santidad de Dios, y merece ser castigado como tal por el Dios Justo, aunque puedan haber diferentes grados de castigo. Y todos nosotros, por imputación heredada directamente de nuestro primer padre Adán, hemos pecado, y como tal, la muerte forma parte de nuestra vida; ya sea física (Romanos 5:12, 8:10), espiritual (Efesios 5:14) y Eterna (Romanos 6:23a, 2ª Tesalonicenses 1:9)

Toda persona que nace y viene a este mundo en medio de la alegría y felicidad de sus padres y de la (humanamente hablando) inocencia que derrocha, ya viene con un cartel, una condena que dice literalmente: «Pecador, y como tal, merecedor de la muerte»

NO somos pecadores porque pecamos, más bien pecamos porque, debido a la contaminación heredada y a la depravidad de nuestra naturaleza caída. NO sabemos hacer otra cosa. Somos pecadores, y por ello pecamos.

Romanos 5:12 «Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte»

Romanos 5:18-19 «Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos»

Romanos 6:23 «Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.»

Ezequiel 18:20 «El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él.»

Santiago 1:14-15 «sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.»

El remedio y la base para el perdón del pecado se encuentra en la sangre de Cristo, esto es, Su obediente y perfecta vida sacrificada. Es por ello que si leemos las páginas del Antiguo Testamento vemos sangre derramada en continuos sacrificios de animales que, lejos de tener valor expiatorio o redentor en sí mismo, nos apuntaba y señalaba a modo de anticipo que la sangre derramada de Cristo, el mejor, perfecto y verdadero cordero de Dios tendría un valor redentor y salvífico. Aquellos (en el Antiguo Testamento) miraban con fe en adelante, como nosotros hoy miramos con fe, de manera retrospectiva, atrás. En ambos casos, ya sea antes, como hoy, la base del perdón es la Obra Perfecta y Suficiente de Cristo.

Con su perfecta, justa y obediente vida (obediencia activa), Jesús logra la base que le cualifica para ir a la cruz, a entregar Su Vida como pago por nuestros pecados, siendo nuestro representante. EL vivió esa vida obediente a Dios y a la Ley para poder imputar a nosotros dicha justicia suya a través de la fe (2ª Corintios 5:21). Ya no somos culpables, ahora se nos considera justos por los méritos de Cristo. ÉL sí vivió una vida perfecta, recta e íntegra, tal como se demandó desde Adán en adelante y nadie ha podido. En definitiva, ÉL es nuestro representante quien vive la que debió se nos exigió a nosotros, vive por nosotros.

Con su vicaria, sustitutiva y obediente muerte expiatoria (obediencia pasiva), elimina de una vez por todas y para siempre, la paga del pecado. Ya NO tenemos deuda que pagar, Cristo nos sustituyó y la pagó enteramente ÉL. Jesús tomó sobre Sí las justas consecuencias del pecado y la muerte, venciendo a través de la Resurrección, y ahora la Gracia de Dios posibilita que el esclavo irredento pueda ser declarado justo por la propiciación. Dios detuvo el «martillazo» de Su Ira en la cruz, la cual actuó como un pararrayos. Dios descargó sobre Jesús Su total Ira, la cual correspondía a la responsabilidad penal por el pecado de todos nosotros. La muerte del Perfecto, Santo e Inocente quién nos sustituyó y fue contado como culpable, ha cancelado la deuda penal nuestra, una vez y para siempre. Dios pagó el precio por nosotros (1ª Pedro 1:18-20). En definitiva, ÉL es, además de nuestro representante, nuestro sustituto quien se sube al estrado judicial de la cruz para considerarse culpable (sin serlo) de nuestros pecados y quien asumiría y pagaría las consecuencias de ello.

El remedio y la solución a esta pena y condena imputada es que se cuente a nuestro favor, poniéndolo e nuestra cuenta la perfecta Justicia de Cristo. ÉL ya pagó, siéndole imputado nuestro pecado, culpa y maldades, para que nosotros recibamos Su Justicia. De pecador a justificado. Todo lo hizo ÉL. Todo por Gracia, recibido a través de la fe.

El capítulo 5 de Romanos nos da la respuesta, argumentando que si bien fuimos declarados culpables por imputación de Adán, de modo inverso y paralelo, somos salvos por la Imputación del 2º Adán. NO hacemos nada, pero al creer en EL, Dios nos atribuye su Justicia.

El pecado de Adán pasa judicialmente a todos nosotros. Nuestros pecados son atribuidos a Cristo en la Cruz, y su Vida obediente y perfecta, así como la cancelación y absolución de la deuda con Dios es imputada a los que creen en ÉL.

De alguna manera podemos decir que fuimos salvados al momento de creer en Cristo, que estamos siendo «salvados»,  mientras creemos en Cristo y vamos siendo santificados conforme a Su imagen, y que habrá una salvación futura en la glorificación cuando seamos conforme Cristo.

EL PODER DEL PECADO

Pero además de nacer con esa culpa judicial-legal y esa sentencia condenatoria a muerte heredada de Adán, cada persona hereda de sus padres, y estos de sus abuelos (y así hasta Adán), una naturaleza pecaminosa, corrupta, depravada, caída y contaminada que nos predispone a pecar, que hace que, como Adán y Eva en Edén, nos escondamos de Dios, que le rechacemos, que no le busquemos…

¿Alguien tiene que enseñarle a un niño pequeño a culpar a su hermano, mentir, o pegar? Es justo lo contrario, tenemos que enseñarles el bien (Efesios 6:4)

Adán, al pecar, perdió la justicia original, y nosotros nacemos igual, en ausencia de esa justicia original, y lleno de contaminación. NO fue el propósito inicial que el hombre fuera controlado por su mente o su cuerpo; sino que lo fuera por su espíritu, pero eso se rompió y perdió como consecuencia y resultado de la caída.

Podemos decir que el poder (esclavizador) del pecado es la parte práctica y experimental de la consecuencia anterior. Es la inclinación, tendencia y capacidad de hacer cosas que nos apartan y alejan de Dios, trayendo Su justa Ira. Adán NO nos dejó un mal ejemplo que los demás, quienes nacemos en un estado de neutralidad, decidimos seguir, NO. Esto es más serio y va mucho más allá; hemos  heredado esa predisposición pecaminosa y esa depravación. De la misma manera que se hereda genéticamente el color de piel, ojos o enfermedades congénitas, toda la totalidad de la raza humana ha heredado la mancha interna del pecado que contamina al hombre, haciéndole nacer caído, contaminado y muerto espiritual, además (como hemos visto anteriormente) de culpable de traición.

Génesis 6:5 «Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal.»

Salmo 51:5 «He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre.»

Romanos 1:24 «Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos»

Romanos 8:7 «Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden»

Efesios 2:3 «entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás»

Efesios 4:18 » (…) teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón»

2ª Timoteo 2:26 » (…) escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él.»

¿Qué es o qué implica está terrible condición heredada? Que carecemos de bondad ante Dios, estando afectado todo nuestro ser entero (intelecto, emociones, deseos, corazón, voluntad, cuerpo). Pablo lo expresa realmente bien en Romanos 7:18, al igual que en Tito 1:15 o Jeremías 17:9.

NO podemos hacer ningún bien espiritual ni puede haber una relación buena con Dios, salvo que ÉL actúe (Romanos 8:8, Hebreos 11:6). Dicho de otro modo, NO hay mérito alguno en nosotros, ni siquiera lo mejor y más aprobado que podamos presentar ante ÉL, pues es simplemente un trapo de inmundicia.

¿Cuál es el remedio a esta condición? ¿A éste influyente poder que nos empuja al mal? Debemos, por el poder del Espíritu Santo que mora y habita en nosotros los cristianos, hacer morir (mortificar) el pecado, fortaleciéndonos en el Señor y en el Poder de su fuerza (Efesios 6:10-12)

Habiéndose extinguido las demandas legales y judiciales que pesaba sobre nosotros En Cristo y por Gracia, y habiendo recibido la Justicia de Cristo imputada y, sobre todo, el Espíritu Santo, NO debemos dejarnos dominar por el señor que antes nos dominaba, el pecado; pues ahora (Pablo lo explica en Romanos 6), hemos sido unidos e identificados con Cristo, muertos y crucificados al pecado, y resucitados junta ente con ÉL para una nueva vida.

Cuanto más lleno seamos del Espíritu Santo, menos pecaremos y menos cederemos a los deseos de la carne; y es por eso que debemos alimentar el espíritu y NO ceder. Deberíamos ser y hacer con el pecado, lo mismo que el pecado hace y provoca en nosotros, es decir, si el pecado nos trae muerte (Romanos 6:23), nosotros debemos matar y dar muerte al pecado.

Antes nuestro cuerpo servía al pecado, ahora está al servicio de la Santidad y la justicia.

Deberíamos vivir cómo si nosotros obtuviéramos la salvación por nuestra forma de vivir, pero sabiendo perfectamente que NO es así, que la salvación es por Gracia a través de la fe, y que la santificación es consecuencia de ello, de ser salvo.

Por fe ya no somos lo que éramos, ahora Dios nos ha cambiado nuestra identidad: de ser siervos de uno que nos oprimía, a ser esclavos («doulos») de uno que nos libera

El Dios Redentor nos imputa una nueva naturaleza, y el poder del Espíritu Santo nos da victoria sobre el pecado y su poder esclavizador. Ver estudio sobre la santificación progresiva.

2ª Corintios 5:17 «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.»

Colosenses 3:5 «Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría»

Debemos ser activos (y no pasivos), ser llenos continuamente del Espíritu Santo para, de esa manera, hacer morir lo terrenal en nosotros y resistir a las tentaciones.

Como conclusión, decimos que tanto la salvación de la pena judicial o castigo del pecado, como del poder esclavizador del mismo es de Dios y, desde un punto de vista humano, depende de una actitud continua y activa de fe en ÉL. Finalmente, cuando estemos en el cielo, en esa ansiada glorificación final, seremos liberados de la presencia de pecado.

En el pasado, fuimos liberados de la pena judicial del pecado, cuando Cristo fue a la cruz y murió por nuestros pecados; y ese es el acto de justificación, donde Dios nos declarada como justos.

En el Presente, estamos siendo liberados del poder dominante y esclavizador del pecado mediante la Santificación progresiva, obra del Espíritu Santo, quien nos va haciendo cada vez más a la imagen de ÉL.

En el futuro, seremos liberados, no solamente de la pena y del poder del pecado, sino también de lo que es la presencia y cualquier atisbo y recuerdo de pecado; y eso será entonces durante la etapa de glorificación, que tiene que ver con nuestra entrada al reino de los cielos.

 

"Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado"

 

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