Juan, en su excelso y profundo prólogo, trata de decirnos que Jesús viene de lo eterno a lo presente, de lo divino a lo humano, del cielo a la tierra y lo hace de la siguiente manera:
Juan 1:1 y 14 «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. (…)Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.»
Podríamos ser más literales con el significado de Juan, y decir que el Logos (Verbo divino), tabernaculizó entre nosotros, esto es, fijo su residencia y acampó en medio de nosotros. Podríamos ahondar mas y decir perfectamente decir que «montó un tabernáculo” o “vivió en una tienda» en medio nuestra. La palabra que Juan usa aquí no es la que usualmente se usaba en el idioma griego para referirse al lugar donde una persona vivía, sino más bien una palabra muy peculiar que significa “montar la tienda de campaña».
Cuando Juan, siendo plenamente inspirado por el Espíritu Santo, escribe esto ¿Qué quiso realmente transmitir y qué vino a la mente de un judío contemporáneo? Veamos.
En Génesis 1, habiendo plena comunión con Dios, NO hacía falta, pues había una relación cara a cara con Dios. Tras la caída y la consecuente alienación con Dios, los sacrificios personales en los altares de los patriarcas, restauraban la comunión.
Pero debemos ir al libro de Éxodo, donde adquiere importancia vital para la identidad del pueblo, la Pascua, la Ley y el Tabernáculo (tienda de reunión) montable y portátil que debían construir conforme a las instrucciones de Dios y que debía estar en medio de las tribus, acompañándolos en su peregrinaje hasta la tierra prometida (Éxodo 26). El mensaje era claro y directo: Un Dios Santo en medio de un pueblo pecador.
Por primera vez en la historia del pueblo de Dios, tienen un santuario central de adoración. Podemos ver, como hemos dicho, el altar de adoración y sacrificios en la época de Noe, de Abraham, Isaac o Jacob, pero el Tabernáculo va más allá, y la misma Gloria del Dios Omnipresente irá junto y en medio de ello, tal como prometió a Su Pueblo. Éxodo 40:34-35 nos dice que una nube cubrió el tabernáculo y la gloria del Señor lo llenó por completo.
El Tabernáculo marcaba la diferencia; fuera de él eras impuro, dentro de él, eras Santo.
Tras 40 años de andar errantes en el desierto, el pueblo de Dios tomó posesión de una Canaán propia, y el Tabernáculo se estableció en Silo (Josué 18), donde acudían las tribus para conocer la Voluntad y la Palabra de Dios. Después fue a Gabaón, y a Sión.
La promesa de que Dios estaría en medio de ellos, más allá de ser espiritual, era también física, pues las tribus acamparían, milimétricamente, alrededor del Tabernáculo (recodar que tenía unas dimensiones cercanas a un estadio de futbol). Así que era un lugar de reunión, un lugar de revelación y un lugar de propiciación, donde lo más importante de todo era que Dios moraba con ellos.
El pueblo perpetuó con la solemne fiesta de Tabernáculos este milagroso evento de redención, sustento y providencia de Dios en el largo peregrinar desértico.
Tras el Tabernáculo, alrededor del 963 a.C. (y unos 400 años después del Tabernáculo), vino el majestuoso Templo de Salomón. En 2ª Crónicas 5:14 se nos dice que los sacerdotes NO podían ministrar porque la misma presencia y la Gloria del Señor llenó el Templo. En medio de una profunda e irreversible decadencia espiritual de Israel, el Templo fue profanado por Sisac, Rey de Egipto (1ª Reyes 14:25-16), y posteriormente destruido por Nabucodonosor (2º Crónicas 36:18-19 y 2ª de Reyes 24:13) en el 586 a.C. Perdieron su seña de identidad como pueblo escogido.
Dios le mostró al pueblo, a través de Ezequiel, que la Gloria de Dios que un día vino, había abandonado el Templo (Ezequiel 10). Para ellos era tan importante, que este mismo profeta (Ezequiel), les da proféticamente la descripción del nuevo Templo en el Reino Milenario para traerles esperanza y consuelo en un terrible contexto de exilio babilónico, donde las promesas y bendiciones de Dios parecían muy lejanas.
70 años más tarde, tras el regreso del exilio babilónico, se levanta en el 519 aC aproximadamente el Templo de Zorobabel, el cual fue engrandecido y remodelado en el 19 a.C. por Herodes, precisamente, «El grande» poco ante que Jesús irrumpiera en escena y lo purificara.
Dios mandó al profeta Hageo para que, en un corto ministerio de apenas 4 meses, el pueblo aprendiera que la prioridad era Dios y Su Casa, que debían reconstruir el Templo tras el ruinoso paréntesis que significó la deportación Babilónica. Aún los ancianos que contemplaron la gloria del Templo de Salomón, lloraron de nostalgia al ver este Templo (Esdras 3:12-13). Ante tal pesimismo, Dios mismo les dice en Hageo 2 que la Gloria postrera será mayor que la primera… Nos lo dice en futuro y no en presente. Algo sucederá. Algo está por suceder…
El Templo llegó a convertirse en su gran emblema patriótico-nacional demandado por Dios. Allí el sacerdote ofrecía, continuamente, sacrificios y ofrendas, y hasta allí iban los ciudadanos hasta 3 veces al año, para celebrar las grandes fiestas judías. Era el centro religioso, administrativo y político, en definitiva, el centro y el corazón de la vida de los judíos y de toda Israel. Para ellos era como una réplica del palacio celestial (Éxodo 25:40), que representaba, aquí en la tierra, la morada de Dios en el cielo (Salmo 2:4). Era el símbolo de unidad del pueblo, más aún después de la experiencia de ser expulsados y exiliados de su propia tierra por Nabucodonosor, quien redujo su Templo a escombros.
El templo fue algo más que un centro religioso, más que un santuario real, de hecho cuando cualquier judío se hallaba en problemas, aún en el extranjero, oraban con las manos extendidas hacia el templo de Jerusalén, tal como hizo Daniel en Babilonia (Daniel 6:10ss). Ellos se enorgullecían del Templo, de su belleza y opulencia, de su grandeza y magnificencia, y de repente llega Jesús y les dice lo siguiente en Mateo 12:6: “Pues Yo os digo que aquí está Uno más grande que el Templo”
Es en el Templo donde El Señor hablaba a Israel, donde ÉL recibía oración de sus fieles, donde perdonaba sus pecados y donde se hacía presente a Su Pueblo. Así como las grandes fiestas del culto recordaban los acontecimientos de la salida de Egipto, y el Arca de la Alianza recordaba el pacto de Dios con Su pueblo elegido, el Templo recordaba y significaba la elección hecha por Dios de Jerusalén, de David, de su descendencia y linaje, y la protección garantizada para la ciudad y la dinastía.
Tenían tanto fervor religioso por su Templo, que cuando Esteban dio su discurso que le costaría la vida, y lo hizo aludiendo al Profeta Isaías («El Altísimo NO habita en templos hechos de mano»), ellos se enfurecieron y se llenaron de ira contra él. Lo pagó con su vida. Incluso quien instigó esa muerte, Saulo (luego, Apóstol Pablo), en Hechos 21, fue falsamente acusado por los judaizantes de profanar el Templo al introducir a Trófimo (gentil) en la zona exclusiva para judíos. Por poco le cuesta la vida al Apóstol.
Hoy podemos ver la importancia que le tienen al Templo, cuando vemos a judíos apoyando sus cabezas en su lugar más sagrado, el muro de las lamentaciones, el vestigio del Templo de Jerusalén, derribado y aniquilado por Roma en el 70 dC, tal como Jesús anunció, «No quedará piedra sobre piedra». Otro ejemplo que podemos mencionar es que hoy, todas las sinagogas del mundo se construyen en dirección a Jerusalén, porque de esa manera lo hacen en dirección al Templo.
Con esa noción que tenían del Templo, con la huida de la Gloria de Dios en la visión de Ezequiel en Babilonia, con la esperanzadora promesa futura de Dios dada en Hageo, es que nace Jesús, el Emanuel «Dios con nosotros», el mismo resplandor de Su Gloria, la imagen visible y encarnada del Dios invisible (Colosenses 1:15), la exacta impresión de Su misma Sustancia. Y Jesús se erige como el Mejor, verdadero y Perfecto Templo de Dios.
Colosenses 2:9 «En ÉL habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad»
Juan 14:9 «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre»
Fue precisamente en aquella limpieza y purificación del Templo, cuando los religiosos le piden su fuente de autoridad para hacer semejante acto. ÉL les dice (Juan 2:18ss) de forma literal que es capaz de levantar «este Templo». Mientras ellos se enfurecieron por la amenaza de derribar el Templo físico y material (Marcos 14:58 y 15:29), Jesús, tal como dice Juan a continuación, les dió el verdadero significado teológico de ese Templo, dándoles a entender que ÉL es el Templo de Dios, quién está en medio de ellos y que resucitaría al tercer día (Juan 2:21-22).
«Yo Soy quién tiene autoridad y poder sobre la muerte. Yo Soy el verdadero Templo de Dios, me vais a dar muerte por ello, pero me levantaré de la tumba en 3 días».
Esa es la señal, la Deidad que reflejaría Su Resurrección, la misma que les dijo aplicando a sí Mismo los 3 días de Jonás cuando le repitieron esa pregunta: «¿Con qué autoridad haces esto…?»
Con Jesús, quién es el Perfecto Templo, el Perfecto Sacerdote, el Perfecto Sacrificio, el perfecto Cordero pascual, la Perfecta Pascua,…. todo cuanto ellos tenían en sus religiosas mentalidades, llenas de ideas herméticas y prejuicios a la verdad, llegó a su cumplimiento, a su fin, a su propósito y a su clímax, y es por ello que el Templo fue, a los pocos años tirado abajo. Y con él, los sumos sacerdotes, y todo rastro de su línea también, así como los sacrificios.
En Jesús se halla plenamente la Majestuosa Gloria de Dios, y ÉL es el centro, el camino y el medio de la adoración de Su Pueblo, el punto de encuentro (único mediador) entre Dios y los hombres, entre Creador y criatura.
Juan tiene la respuesta. Con la llegada de Jesús se cumple la profecía de Hageo de que la gloria postrera será mayor que la 1ª. Con ÉL, la majestuosa y plena Gloria de Dios volvió al Templo, pero NO a un edificio de manos humanas, sino algo muchísimo mejor, al Hijo, quién hábito entre Su Pueblo, quien se entregó, murió, resucitó y ascendió por Su pueblo.
Juan 1:14 «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos Su Gloria, Gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.»
[…] con (junto a, cara a cara con) Dios, y el Verbo era Dios (…) y ese Verbo fue hecho carne y habitó/acampó ente nosotros […]