Con este nombre, aunque también se conoce como «pacto de vida», nos referimos al pacto inicial que Dios estableció con Adán. Mejor dicho, fue el pacto que estableció con toda la raza humana a través del primer representante y de la cabeza federal. Allí en ese período de inocencia, pero pecable, de nuestros primeros padres y en aquel estado de prueba, Dios establece promesas de bendición condicionadas a la obediencia, pero tambien de juicio y condenación si desobedecía. Este pacto no consisitía simplemente en no haber tomado aquel fruto del arbol del conociemiento del bien y del mal, sino que requería una obediencia personal, perfecta y perpetua a Su Gobierno. Tenía que ganar por sus méritos y obediencia la recompensa prometida.
Ellos estaban moralmente obligados a obedecer a su Creador, con quienes mantenían una relación estrecha e íntima. Pero no solo ellos, todos nosotros, queramos o no, lo sepamos o no, estamos en una relación de pacto con Dios. Como veremos más adelante, cuando expongamos el pacto de Gracia, sólo basta leer el capítulo 5 de Romanos para ver el paralelo entre Adán y Cristo que sólo tiene sentido sobre la base de que, así como hay un pacto con Cristo como el representante de Su Pueblo, lo hubo con Adán como representante de la humanidad.
«Adán: Si obedeces y haces obras buenas, vivirás. Si desobedeces y haces obras malas, mueres. Es más, toda tu descendecia se verá arrastrada y empujada a ello, tanto di obedeces como si no»
«Adán, te he puesto a prueba para ver si me obedeces y sigues mi gobierno y soy yo tu rey, o bien si sigues tu propio juicio y te estableces de forma independiente»
Hay que aclarar lo que significa e implica el hecho de que Adán fuera el representante del pueblo, la cabeza de la humanidad. Y lo podemos hacer observando la victoria de un joven pastor como David frente al gigante filisteo Goliat. Ello supuso la victoria de un acobardado pueblo que apenas movió un dedo, y así sería con nuestro Adán. Él actuó como el representante de la total humanidad, de manera que el destino de toda ella dependía de su acción; de su obediencia y desobediencia.
El destino de ellos (y por tanto el nuestro) se vería afectado totalmente en función de la respuesta a los términos y estipulaciones de ese pacto. Un solo pecado es suficiente para violar el pacto y convertirnos en eternos deudores del mismo, incapaces de poder pagar la deuda ante Dios. Sin lugar a dudas vemos a las 2 partes del pacto, Dios y Adá, la condición (obediencia), y la maldición al desobedecer. De manera impícita vemos la promesa: vivirás.
Génesis 2:16-17 « Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás»
Debemos aclarar 2 cosas: En cuanto a la promesa de bendición, no era continuar viviendo con una vida mortal, sino más bien una vida de plenitud, de propósito, de relación con Dios, en definitiva, de felicidad, santidad y eternidad. En cuanto a la maldición, debemos decir que se trataba de una muerte espiritual, al ser separados y cortados inmediatmanete de la presencia de Dios, una muerte física, la cual ocurriría 9 siglos más tarde, y una muerte eterna en el Juicio de Dios, donde serían arrojado al infierno.
El gran teólogo R.C. Sproul dijo lo siguiente: «Tenemos la tendencia a pensar en la redención como la recuperación del paraíso que perdieron Adán y Eva, pero ese es un malentendido. La redención no es meramente la restauración del lugar que tenían Adán y Eva antes de la caída, sino la promoción al estado que ellos habrían alcanzado si hubieran sido obedientes a los términos del pacto.»
Además de por el relato bíblico de la caída, solo basta con leer periódicos y ver las noticias para saber que nuestro representante cayó y no fue capaz de cumplir y obedecer. Ellos violaron y transgredieron el pacto, desobedecieron la Ley de Dios. Adán fracasó y acabó él mismo, y toda su posteridad en el terrible estado que nos dice la Biblia: espiritualmente muertos, esclavos de nuestros deseos y deseos que nacen de un oscuro y duro corazón, esclavos de Satánas y de la muerte, moralmente incapaces, depravados y corruptos, que ni queremos buscar las cosas de Dios, ni podemos. En definitiva, un estado de ruina y absoluta miseria.
Oseas 6:7 «Mas ellos, cual Adán, traspasaron el pacto; allí prevaricaron contra mí.»
Y Dios pudo perfectamente, y en todo su pleno derecho, haber hecho en ese preciso momento de la historia lo que estipulaba los términos del pacto, esto es, juicio y destrucción, pero sin embargo condescendió, y es aquí precisamente donde entra el pacto de gracia que, como veremos, tiene muchísimo que ver con el pacto de obras. Dios ya no podría establecer otro pacto con ningún hombre. Si en una posición ideal, perfecta, sin pecado y de comunión con Dios, el hombre cayó y traicionó, ¿qué sentido tiene hacerlo con un ser arrastrado y caído por aquellas consecuencias cósmicas? «Pero Dios…»