Siendo la gracia común ese favor inmerecido para con todos los hombres por igual, teniendo claro que la base expiatoria de la cruz es universal para “todo aquel que cree” (1ª Tim. 4:10), y dentro de este conjunto de temas acerca de la persona y obra del Espíritu Santo, podemos leer los siguientes versículos en el Evangelio de Juan acerca de su función para convencer de pecado, si bien es cierto que la actividad de convencer o redargüir de pecado constituye la esfera más reducida dentro de la gracia común, por cuanto no afecta a todos los hombres. Hay que empezar aclarando que convicción, término usado aquí, no es en absoluto sinónimo de conversión. Convicción es poner la verdad con todas las pruebas delante de alguien, más allá de la respuesta que se dé a ello. La convicción ofrece prueba, pero no garantiza en absoluto que esa verdad sea aceptada, lo cual es necesario para la conversión. Aunque a todos deja sin excusas, sólo algunos serán plenamente convencidos y acudirán en arrepentimiento y fe al Salvador. No obstante, si convencer significa que se ha persuadido finalmente a esa persona, tal vez es mejor decir declarar que convencer. Se trata, no tanto de una convicción que lleva al arrepentimiento y a la fe de forma inequívoca, sino más bien de exhibir y declara de forma contundente, irrefutable e inexcusable la culpa a la humanidad entera. Algunas traducciones modernas, o paráfrasis, traducen ese «convencerá» con términos como: mostrará claramente, demostrará, hara que se den cuenta.
El Espíritu Santo, mediante predicadores, declara, o trae iluminación, al corazón y la mente de las personas del mundo de tales verdades respecto a ÉL, y convence genuinamente a algunos de ellos. Este ministerio de declaración argumental al mundo ofrece pruebas irrefutables, pero no garantiza que se acepte las verdades por parte del inconverso, a no ser que se obre secreta y poderosamente en él. Esta obra de la tercera persona de la Deidad es un acto preparatorio, e indispensable, en la mente a la aceptación de Cristo como el Salvador, ya que el ser humano no puede iniciar su salvación al margen de la gracia de Dios, tal como argumenta la herejía pelagiana.
Juan 16:7-11 «Y cuando ÉL (Espíritu Santo) venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado.»
En estos versículos, nuestro Señor dice que el Espíritu Santo, como si de un abogado acusador en un juicio penal fuese, convencerá (declarará) al mundo; esto es, a los mundanos y no solamente a los elegidos, de pecado, de justicia y de juicio, mediante la obra de iluminación. Se trata del ministerio del Espíritu Santo al mundo, para preparar al individuo a recibir a Cristo, mediante esta obra de gracia iluminadora en las mentes de los hombres incrédulos y cegados por Satanás (2ª Cor. 4:4). Es, por otro lado, lo que Jesús había estado exactamente haciendo durante su ministerio terrenal (Jn. 7:7). Es de vital importancia tener en cuenta que, llegado a este extremo, no partimos de un estado de neutralidad moral en el que gozamos de una total libertad de poder escoger, sino más bien de un estado de plena y absoluta incapacidad, más bien muerte espiritual. Dicho de otra manera, o Dios capacita previamente, o nadie puede volverse a Dios.
En estos versículos del capítulo 16 del Evangelio de Juan, podemos ver una triple verdad o triple obra del Espíritu en favor, aún, de los no salvos, que no debemos confundir con la obra, más amplia en iluminación y más reducida en numero de personas, que realiza sobre los que son salvos. Cuando el Espíritu de Dios arroja luz a las mentes cegadas por Satanás, quedan inmediatamente capacitadas, por encima de su condición normal y natural, para poder entender las 3 grandes verdades salvíficas fundamentales del evangelio. Con este iluminación, se agudizan las facultades naturales para ver y oír, para percibir y desear las realidades espirituales.
1.- De PECADO por cuanto no creen en ÉL, en el Hijo de Dios, no acerca de toda la verdad o la realidad de la inmundicia o la maldad del pecado tal como la Ley veterotestamentaria hacía en un sentido más general. La venida del Espíritu Santo en Pentecostés, como cumplimiento de la promesa, es la prueba definitiva de que el rechazado Jesús era y es realmente el Mesías, el Señor y Salvador del mundo. Ellos, los judíos, no solo no lo reconocieron, sino que lo rechazaron y asesinaron, y es por eso que el Espíritu Santo convence y declara al mundo del pecado del rechazo y de la incredulidad, el único pecado que permanece entre el hombre y su salvación (Jn. 3:18). Por ello está en singular («convencerá de pecado»), y no en plural, como si de una larga lista acusadora de pecados fuese. NO se trata de recordar todos los pecados, sino la actitud de incredulidad respecto al Señor, la única base de nuestra condenación. Solamente los elegidos creerán, y aún ellos lo harán mediante este previo ministerio iluminador del Espíritu Santo.
2.- Asimismo, el Espíritu Santo le demuestra al hombre la JUSTICIA de Cristo, no habiendo mayor demostración que Aquel que no tenía relación o parte alguna con el pecado se levantó con poder de la muerte, ya que ésta no podía reclamarle pecado alguno (Rom. 6:23). La resurrección es el Amén del Padre al Hijo, es la respuesta de aceptación a su obra, a su sacrificio. El E.S. no enseña sobre el pecado o sobre sí mismo, sino sobre Cristo. ÉL no llama la atención ni se glorifica a sí mismo, sino que todo el tiempo llama la atención sobre el Señor, ese es su principal ministerio. Sólo hay un camino de justicia para con Dios, y ese es Cristo, quien nos imputa su propia justicia a los que depositamos la fe en ÉL (1ª Cor. 1:30) para, así, estar ante Dios en una perfecta posición. ÉL es nuestra justicia y nuestra paz. NO hay forma alguna de justicia ajena a Cristo y al Evangelio. No se trata, vulgarmente hablando, de una resta sonde se elimina la pena y el poder del pecado, sino que es mucho más que una suma al sernos infundida o atribuida la perfecta justicia obtenida de Cristo.
3.- El Espíritu Santo convence (declara) de JUICIO, refiriéndose al juicio que caerá inevitablemente sobre todos los incrédulos, no habiendo mayor prueba que el hecho de que Satanás ha sido ya juzgado (Jn. 12:31, 16:11, Col. 2:15). El Espíritu Santo declara a los hombres de que el mismo juicio que condenó y sentenció a Satanás en la cruz, caerá sobre ellos. De hecho, serán arrojados junto a él al lago de fuego. Y el Espíritu Santo atestigua y proclama al mundo entero de ello. La cruz nos muestra que los pecados ya han sido juzgados (1ª Jn. 2:2), así como el que se enseñoreaba a causa de ellos, Satanás.
El orden es lógico, pues el hombre debe ante todo ver su estado de pecado, debe tener prueba de la justica que el Señor exige, pero que también provee (Rom. 1:17-18 y 3:21), así como el juicio condenatorio si rehúsa a creer en ÉL. Dicho de otra manera, el hombre necesita saber el estado de pecado en que se encuentra, también que se le demuestre la justicia del Salvador que puede salvarlo del pecado y de la ira condenatoria, y finalmente necesita que se le recuerde que, si bien se niega a recibir a dicho Salvador, tendrá que enfrentar un juicio incontestable sin esperanza de otra cosa que no sea la condenación. Y esto lo realiza mediante la fiel exposición de las buenas nuevas del Evangelio: Cuando el mensaje del Evangelio es fielmente expuesto, proclamado y predicado, todo el que oye el mensaje recibirá la luz necesaria para comprender que el mensaje es cierto. Triste y trágicamente, escuchar el mensaje del evangelio por sí solo, no garantiza que todos los que oyen darán un paso adelante para aceptar y creer en esa verdad. Pero si bien es cierto que escucharlo con una disposición a oírlo y recibir de verdad la comprensión espiritual, con un corazón y una mente dispuesta, resultra en fe (Rom. 10:17), y aunque aún esa fe es dada por Dios, es el oyente quien debe arrepentirse y creer. como dice Matthew Henry en su comentario, «el comienzo, desarrollo y poder de la fe vienen por el oír, pero sólo el oír la Palabra, porque la Palabra de Dios fortalecerá la fe».
PRIMERO ES LA PALABRA PREDICADA, PROCLAMADA Y ENTENDIDA, Y LUEGO LA FE QUE RECIBE EL MENSAJE DE DIOS Y DESCANSA Y CONFÍA EN CRISTO
Cuando el Espíritu Santo ilumina las mentes cegadas por Satanás respecto al pecado, al justicia y el juicio, estas mentes quedan inmediatamente capacitadas por encima de lo normal para entender las 3 grandes verdades que se nos dice y que acabamos de exponer. Sin esta obra previa de iluminación, nadie se puede salvar, pues no hay otra forma de abrir y romper la ceguera satánica que cauteriza al mundo (2ª Cor. 4:4). Un buen ejemplo sería el siguiente: muchos coches, hoy día, tienen dirección asistida que hace que al girar el volante por parte del conductor, se suministre energía y las ruedas giren. Dicho de otra manera; si el conductor no toca el volante, no se suministra energía y si esta no se suministra, las ruedas no se moverán. Nosotros debemos creer, pero a su vez, debe haber una obra de gracia previa del Espíritu Santo para que creamos. Se trata de una obra monergista, enteramente de Dios, y no sinergista, aunque Francisco Lacueva acertó de plenó al acuñar el término como energismo.
El Espíritu Santo siempre obra a través de la Palabra de Dios (1ª P. 1:23-25). La obra de iluminación implica únicamente la tarea de demostrar adecuadamente la verdad del mensaje en sí; la aceptación a tal verdad, implica y trae consigo la obra de la regeneración (Jn. 1:12, 20:31). Esta bendita obra iluminadora puede ser rechazada por el hombre, pero jamás puede ser iniciada por él, pues la comprensión de la culpa propia, así como de la justicia y del juicio, ha de ser despertado por la operación del Espíritu Santo, en relación con la obra de Cristo. Y lo hace mediante las verdades del Evangelio.
Primeramente, Él revela, a través de la Palabra, el inconmensurable amor de Dios a los pecadores (Ef. 2:4), al igual que el estado de estos por haber transgredido y haber cometido alta traición contra el Señor del cielo y de la tierra (Rom. 1:18ss). Presenta y ofrece, de igual manera, la salvación en Cristo, llamándonos al arrepentimiento (Hch. 17:31). Finalmente nos llama a depositar la fe en Cristo para obtener perdón de los pecados y, así, heredar la vida eterna. Este es el llamado universal, general y externo del evangelio. Y nos señala y dirige la mirada al Señor, tratando de glorificarle a ÉL.
¿CÓMO SUCEDE ÉSTO?
El Espíritu puede hablar directamente a la conciencia del hombre, que aunque cauterizada, puede convencerse. También puede hablar mediante la Palabra escrita como predicada, aún incluso mediante el testimonio que lleve aparejado las verdades evangélicas, un estudio bíblico o similar. Sea como sea, esta obra de convicción iluminadora la realiza, como ya hemos dicho, el Espíritu Santo, y no nada que podamos hacer nosotros, por muy sofisticados o elocuentes seamos, o por mucha psicología o «marketing evangélico» que empleemos en ellos. El hombre predica, el Espíritu Santo obra en él. Dios predestina, escoge y llama, pero el hombre se arrepiente y cree. Romper o distorsionar tales verdades, es romper el equilibrio bíblico. Se te ha llamado, primeramente a arrepentirte y creer, y luego a predicar a que otros también lo hagan. Que la incomprensión de una verdad que de por sí es insondable, misteriosa e inalcanzable a nuestra limitada mente no perjudique o afecte en tu evangelismo o en el gozo de tu salvación. Te aseguro que durante toda la vida terrenal que Dios te permita vivir, no llegarás a comprender, ni el 1%, de toda la profundidad teológica que abarca la salvación. Aquellos sistemas de pensamiento religioso que exigen que la doctrina de Dios se amolde o acomode a la actual noción de supremacía del hombre, que empieza por éste, que defiende y glorifica al hombre, son profunda y absolutamente falsos, llevan al error y deshonran a Dios. Nuestro modo de honrarle es creer y descansar en ÉL.
Este llamado general y universal se realiza mediante la proclamación del evangelio de los hombres, que debe incluir, el plan de salvación, una invitación a venir en arrepentimiento y fe a Cristo (Hch. 20:21), así como la promesa de perdón y salvación en ÉL. Este llamamiento puede ser despreciado y rechazado por quienes la escuchan, pero también puede ser recibido con aceptación y dar fruto de vida eterna. Quien acepte la oferta y responda afirmativamente, recibirá lo que Dios ha prometido. Y puesto que no todos responden, los predicadores tratan de adaptar las invitaciones con otros argumentos, introduciendo incluso cuestiones de influencia personal como la psicología o la sugestión, ignorando por completo esta obra preliminar e iluminadora del Espíritu con su influencia decisiva.
Mientras que la gracia común le muestra al hombre la validez y verdad del mensaje salvador y reconciliador del Evangelio, el cual es y debe ser proclamado a todos, éste no ofrece la garantía y certeza de que todos los que lo oyen van a aceptar a Cristo como Salvador. Hay, por tanto, un mandato de proclamación universal (Hch. 17:30, 20:21), aunque, tal como dice la parábola del banquete de bodas (Mt. 22:2-14) algunos lo rechazarán (Heb. 4:6-7, 12:25)
Lucas 14:16-24 « Entonces Jesús le dijo: Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos. Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya todo está preparado. Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: He comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que me excuses. Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses. Y otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir. Vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de familia, dijo a su siervo: Ve pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar. Dijo el señor al siervo: Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa. Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena.»
Juan 7:37 «En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.»
Estos conjuntos de versículos (hay muchísimos más) tratan del llamado universal y general de Dios, ya sea para los elegidos como para los no elegidos o los que se pierden finalmente por rehusar a creerlo. Aún en el Antiguo Testamento se hicieron invitaciones universales o llamados generales para volverse al Señor en salvación:
Isaías 55:1 «A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche.»
Isaías 45:22 « Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más. »
Isaías 65:2 «Extendí mis manos todo el día a pueblo rebelde, el cual anda por camino no bueno, en pos de sus pensamientos»
En el Nuevo Testamento, Cristo mismo hizo llamados generales para todos por igual:
Lucas 5:32 «No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento.»
Mateo 11:28 «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar»
Juan 3:16 «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.»
También los primeros misiones cristianos de la iglesia primitiva, de igual manera, ofrecían salvación gratuita a todo aquel que la quisiera recibir:
Hechos 2:38-39 «Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare»
Hechos 4:12 «Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.»
Hechos 8:22 « Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizá te sea perdonado el pensamiento de tu corazón»
Romanos 10:13 «porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.»
Apocalipsis 22:17 «El Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.»
¿CÓMO ES ESTE LLAMADO DEL EVANGELIO ?
- Es un llamado general o universal para todos de manera indiscriminada. Las buenas nuevas deben proclamarse a todas las personas sin distinción y de manera indiscriminada a todos, ya que el ferviente deseo de Dios es que los impíos se arrepientan (Ez. 18:23, 33:11) y busquen a Dios (Is. 45:22, 55:6-7). Es una orden expresa, no una sugerencia. Dios no sugiere, ÉL manda y ordena a todo hombre en todo lugar a que se reconcilie con Dios. Debemos tener mucho cuidado con el actual neo calvinismo que argumenta que Dios no ofrece salvación más allá de los elegidos y que, por tanto, no se debe predicar a todos de manera indiscriminada.
- Es un ofrecimiento sincero y verdadero, no una broma de mal gusto. Pensar que, porque sea una misterio insondable de dificil comprensión, por el hecho de que se salvan los elegidos a pesar de un llamado colectivo, este ofrecimiento no es genuino, es una grave y blasfema acusación contra un Dios que, por un lado no quiere la muerte del impío, pero que es Soberano y ha hecho una elección soberana y particular en la pasada eternidad. ÉL orece salvación a todos, quien se arrepienta y crea, Dios lo perdona y lo salva. ¿Cuál es el problema? Que el hombre caído y natural no puede, ni quiere, arrepentirse ni creer (Rom. 8:7-8, 1ª Cor. 2:14). Dicho esto, debemos enfatizar que Dios, quien no está obligado a dar gracia a nadie, ni es injusto, ni mucho menos insincero (Mt. 20:15, Rom. 9:21). El llamamiento externo no está en desacuerdo con la predestinación, pues sirve para mostrar la maldad del impenitente que rehúsa a creer y rechaza la amnistía de Dios.
- Es, como acabamos de decir, un llamado universal y sincero, pero es también ineficaz, ya que se puede resistir y rechazar (Mt. 22:14). Este llamado externo es insuficiente para la salvación. Se necesita además una obra soberana, secreta interna y poderosa, el llamado eficaz. Puede tratarse o definirse, este acto, como una preparación de la mente, previo al nuevo nacimiento.
- Se realiza por hombres, y mediante la Palabra de Dios (1ª P 1:23-25). El Espíritu Santo siempre utiliza la Palabra de Dios para revelar su amor salvífico a nosotros, todos pecadores, y su oferta salvífica. Es por ello que debemos predicar y proclamar el mensaje del evangelio, en el poder del Espíritu Santo. Luego es el propio Espíritu Santo quien nos guía y lleva al arrepentimiento y nos lleva a la fe, ya que esta se produce a consecuencia de oír este mensaje (Rom. 10:17)
¿POR QUÉ MUCHOS NO SE SALVAN?
Antes de responder a esta crucial y controversial pregunta que, de algún modo, es un tanto misteriosa e insondable, hay que dejar bien claro algunos conceptos. Aún insistiendo, son aspectos cruciales que se ven aparejados de dificultades y, hasta, aparente controversia o tensión.
- Hay una invitación evangélica sincera en favor de todos. El llamado es general porque la oferta es general y universal: Cristo murió por todos.
- Hay una promesa de salvación para el que responda (Hch. 2:21, Rom. 10:13)
La Biblia es contundente, no es solamente que nadie tenga la iniciativa de buscar a Dios (Rom. 3:10-12), sino que aún viniendo Dios a buscarnos, nosotros huimos, lo despreciamos y nos negamos a ir con ÉL. Lejos de buscar nosotros a Dios, en la Biblia queda muy claro que solo uno vino a buscar y a salvar a quien se había perdido (Lc. 19:10). La naturaleza caída, adámica y totalmente depravada es algo común en todos nosotros, y nos orienta e inclina siempre al mal, incapacitándonos totalmente para todo cuanto tenga que ver acerca de la salvación. En definitiva, el hombre no regenerado, quien es un cadáver espiritual y está separado de la vida, no puede ni quiere dar un paso en pos de su salvación, en pos de Cristo: Está espiritualmente muerto, sordo a oír verdades espirituales, con los ojos del entendimiento oscurecidos, con el corazón de piedra degradado, la mente cauterizada, no entendiendo las cosas espirituales (1ª Cor. 2:14) y bajo el poder del diablo (Ef. 2:2) que les ciega el entendimiento (2ª Cor. 4:4). La cruz, para ellos, es necedad, insensatez y locura. La mente pecadora es hostil a Dios. En definitiva, no basta con decir que está depravado, sino que está totalmente incapacitado, y es por ello que Jesús dijo en Juan 6:44 que «ninguno puede venir a Mí, si el Padre que me envió no le trajere (…) o que «nadie puede venir a Mí si el Padre no se lo ha permitido» (Jn. 6:65)
Si muchos pecadores no responden al llamado universal y verbal del evangelio no se debe, en absoluto, por mal utilizar su capacidad suministrada por igual a todos en esa gracia preveniente que anula o neutraliza el estado depravado del pecador para capacitarnos a responder como alegan los de corriente o postura más arminiana, sino más bien que Dios debe obrar previamente para que pueda responder en arrepentimiento y fe. Influencia, energía, fuerza o, para algunos, nuevo nacimiento. Sea como sea, Dios debe obrar previamente debido a nuestra perversa incapacidad. El motivo de por qué muchos no se salvan, reside en ellos mismos, en su impotencia y muerte espiritual que impide ver las verdades espirituales.
¿CUÁL ES EL PUNTO DE INFLEXIÓN PARA SALVACIÓN?
Abordaremos de una manera detallada la respuesta en el siguiente estudio, en el llamamiento especial y eficaz, pero es indudable decir antes de ello, que se necesita una operación soberana, interna, secreta, poderosa y de gracia del Espíritu Santo que capacita a aquellos quienes el Padre ha dado al Hijo, esto es, a los elegidos desde la pasada eternidad (Rom. 8:30, 1ª Cor. 1:24-26, 1ª Tes. 2:12, 2ª Tim. 1:9) para que estos puedan creer y, entonces, sean regenerados (y no a la inversa). Dicho de otra manera, los que son llamados de una manera eficaz y efectiva a la fe en Cristo en el tiempo, son idénticos al número de creyentes elegidos por gracia en la eternidad pasada (Rom. 1:6-7, 8:28). Dios extiende un llamado general y externo a muchos a través de la predicación del evangelio (Mt. 11:28-30, Lc. 24:47) que puede ser rechazado pecaminosamente (Mt. 23:37). Pero el llamado especial, eficaz y salvífico, del cual hablaremos en el tema siguiente y que es emitido interior, soberana y secretamente por el Espíritu Santo, cumple eficazmente el propósito salvífico del Padre (Lc. 14:21-23). Mientras que son muchos los llamados, a través de este llamado externo y general, no tantos son elegidos a través del llamado interno y eficaz.
Es sumamente importante entender el llamado general del evangelio cuando es predicado Cristo (Jn. 12:32), ya que es el medio que Dios ha designado para que se produzca el llamado eficaz a la salvación (Jn. 6:44). «¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?» (Rom. 10:14). Es en conexión con este, con el llamado externo y general, que Dios llama, atrae, ilumina, convence, influye y capacita para que el hombre pueda creer.
Debemos distinguir entre la atracción general que es ejercitada dondequiera y cuandoquiera que Cristo es predicado con la atracción irresistible y eficaz de Juan 6:44. De la misma manera, debemos diferenciar la llamada general que se produce cuando es predicado el evangelio y que puede ser rechazado, de una llamada eficaz descrita en Romanos 8:30, donde se nos dice, sin ningún genero de dudas, que predestinó, llamó, justificó y glorificó a un número exacto (ni uno más ni uno menos), en base a su soberana preferencia electiva.