Asistimos estos días ante una tragedia sin igual, una de las más devastadoras situaciones que hemos visto con nuestros ojos. Se trata de la DANA más grave del siglo, y una de los mayores desastres naturales vividos, sin duda alguna, en España y en Europa, donde acumula centenares de muertos y desaparecidos. Lluvias torrenciales, inundaciones, desbordamiento de ríos y barrancos, que dejaban a su paso un imparable rastro de destrucción.
Ponemos las noticias, encendemos la radio y ojeamos un periódico y la noticia es la misma; la DANA que ha azotado principalmente Valencia. Toda España se ha conmovido, se ha estremecido y, de alguna manera, ha sufrido y llorado ante esta situación. De alguna manera nos hemos acordado, verdaderamente, del prójimo. Muy probablemente han vuelto aquellos sentimientos que tuvimos en la época de pandemia por el COVID. Hasta yo mismo fui personalmente a Catarroja (Valencia) como voluntario el pasado sábado 09/11 y asistí a un escenario total y literalmente bélico o post bélico; dolor, tristeza, impotencia, silencio, barro que inundaba absolutamente todo, escenario gris, calles enteras de casas destrozadas, altas montañas de hierro con lo que parecían ser coches. Policías, militares, helicópteros… De no ser por la tragedia que allí se respiraba, ese era sin duda el mejor escenario para rodar allí una película basada en la II Guerra Mundial.
Paralelamente a ésto, también hemos visto una oleada, sin igual, de solidaridad, ayuda, voluntarios, despliegue de personal que, con la mejor de las intenciones, trata de poner su granito de arena. Y fruto de ellos ha surgido un lema o un eslogan para definir la colectiva oleada generalizada de apoyo mutuo:
«SÓLO EL PUEBLO SALVA AL PUEBLO»
Parece acorde, bonito, romántico. Es más, psicológicamente hablando, parece hasta necesario armar un mensaje positivo de superación, unión y valores loables en medio de un terrible y desesperanzado contexto de aflicción y pesadumbre. Y es imposible no ir al Antiguo Testamento, concretamente a los libros de Crónicas. ¿Por qué? Porque, salvando las diferencias, la nación escogida por Dios ha sido azotada, devastada y exiliada. Año 586 aC, Jerusalén ha caído de manos de Babilonia. Unos 15o años más tarde, y cuando ya han regresado del exilio y la cautividad, Esdras escribe estos libros a un pueblo espiritualmente desorientado, confuso, apagado, pero que aún parecía mantener su identidad. Y es en esos momentos que, al igual que este lema o eslogan, Esdras escribió con una intención clara de motivar, levantar el ánimo y traer esperanza a un pueblo que se está levantando de sus cenizas. Omite, de manera intencionada, los pecados y trangresiones de David y Salomón, El pueblo no necesitaba eso, y se centra en la esperanza mesiánica, en la gloria venidera, en las promesas que estaban por delante. Y a través de un recorrido panorámico de la historia redentora, que comienza desde Adán (1 Crón. 1:1), el Espíritu Santo pretende plasmar un mensaje directo a un desalentado y sufrido pueblo:
DIOS NO SE HA OLVIDADO, ÉL ES EL SALVADOR DEL PUEBLO
Tales heroicas respuestas que se han dado a lo largo de estos días de crisis en Valencia, no es sino una expresión de la soberana y providencial Gracia Común de Dios, quien en Su Bondad concede beneficios a la humanidad y dispone e inclina los corazones (Prov. 21:1) de las personas para reforzar o aumentar la compasión, la solidaridad, el apoyo, la empatía, el esfuerzo colectivo y la misericordia. Dicho de otra manera, la obra del pueblo y de la sociedad, no solo no excluye la obra de Dios, sino que la refleja, ya que es ÉL quien manda a «amar al prójimo como a uno mismo» (Mt. 22:39), que «la fe sin obras está muerta» (Stgo. 2:14-17) o, simplemente, a «hacer el bien» (Heb. 13:16).
Hoy, precisamente hoy, en la oscura noche de la tristeza, el dolor y la pena es que debemos alzar, más que nunca, el mensaje de luz, de restauración y esperanza. El mensaje de la promesa. Es el mismo mensaje que Esdras escribió a su pueblo hace unos 2.500 años. Por aquel entonces miraban hacia adelante a Aquel que vendría para traer consuelo y paz. Hoy, nosotros, miramos atrás a Aquel que vino, que nació en un pesebre, que vivió humildemente, quien se subió a una cruz para pagar en nuestro lugar la muerte a causa del pecado, quien resucitó y ascendió para, precisamente, decirle a este caótico y desordenado mundo, a esta enfermiza sociedad que ÉL, y sólo ÉL es el salvador del pueblo. Que ÉL es la única puerta (Jn. 10:9), la vida, el único camino y la absoluta verdad (Jn. 14:6), la resurrección (Jn.11:25-26), la luz del mundo (Jn. 8:12), el pan de vida (Jn. 6:35).
Hechos 4:12 «Y en ningún otro hay salvación; porque NO hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.»
Huyamos de cualquier insensato y vano intento humanista de autosuficiencia humana para correr y abrazar, desprovistos de todo, la verdad preeminente y absoluta de todas, y es que a través de ÉL, y solo de ÉL es que puede haber salvación para el Pueblo. NO se trata de esfuerzo humano alguno, ni de acción conjunta o colectiva. Se trata únicamente de Jesucristo.
Murió en apariencia derrota, humillado, vilipendiado como un perdedor, como un impostor… Pero obtuvo la aplastante victoria cósmica que canceló nuestra deuda, que erradicó la pena del pecado y que satisfizo la justicia de Dios.
EN DEFINITIVA; EL PUEBLO NO SALVA AL PUEBLO, CRISTO ÉL ES EL ÚNICO SALVADOR DE LA HUMANIDAD
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