Habiendo expuesto en anteriores temas la doble y misteriosa naturaleza del Hijo de Dios, Su humanidad y Su deidad y cómo estas se relacionan entre sí, ahora ahondaremos en la doctrina de la doble obediencia, la activa y la pasiva, ambas englobadas como 2 aspectos fundamentales de Su Obra . Aunque se haya optado por la distinción de ambas, lo cierto y verdad es que ambas van juntas y son, de algún modo, inseparables en la obra terrenal del Hijo, que culminó en la cruz, a pesar de que resulta muy esclarecedor distinguirlas.
I.- LA OBEDIENCIA ACTIVA DE CRISTO
Podemos decir, a modo de resumen concluyente que Cristo cumple, obedece y se somete a la Ley (Mateo 5:17-18), y Cristo paga la multa, la condena y la deuda de la Ley.
Dios continuó demandando obediencia del hombre aún después de la caída, pero en adición a eso, le requirió que pagara el castigo de la pasada transgresión la cual se nos imputa a nosotros por representación federal en el primer Adán, y es por ello que Cristo vino a cumplir y satisfacer ambas exigencias y demandas divinas. Como nuestro Representante obedece la ley, lo que se le exigió al hombre desde Adán y nadie jamás pudo hacer, como nuestro Sustituto se somete al juicio penal por la desobediencia nuestra, por la culpa, transgresiones y pecados desde Adán hasta nosotros.
Dicho de otra manera, como vicario de Su Pueblo, quedó bajo la maldición y condena debido al pecado (Gálatas 3:13), y también cumplió la ley de Dios en todas sus demandas positivas, como el Perfecto y Verdadero Adán.
Jesús fue activamente obediente en su vida y en el cumplimiento de los requerimientos y prescripciones de la ley, pero, a su vez, actuó como un receptor pasivo del sufrimiento que tuvo que soportar en su muerte, donde pagó la justa pena del pecado.
Si por la obediencia pasiva nos referimos a su pasión y muerte siendo ÉL el sujeto voluntario del castigo y de la ira que todos nosotros merecíamos, es indudable que se habla más de este tipo de obediencia que de la activa. Pero si solamente fuera necesaria la obediencia pasiva, Jesús hubiera venido y descendido del cielo aquel «Viernes Santo» para morir sacrificialmente por nosotros y resucitar el glorioso Domingo. Por ende, tampoco hubiera sido fructífero en cuanto a nuestra gloriosa redención, que hubiera vivido una vida recta, perfecta y obediente, pero que no se hubiera ofrecido como castigo y pago por la culpa de todos nosotros. Ambas son necesarias y vitalmente importantes, y ambas beneficiosas para los creyentes. En la cruz ocupa nuestro lugar de juicio, pero de igual manera, su vida perfecta se nos atribuye, ya que es la vida que Dios demandó y exigió y nadie desde Adán pudo obedecer, salvo ÉL, el Mejor y postrer Adán, quién lo hizo por nosotros. Mediante la fe en EL, somos unidos e identificados (Romanos 6). ÉL, más allá de eliminar nuestra culpa dejándonos en una neutralidad moral, ganó y obtuvo por nosotros los méritos de justicia para merecer el cielo, para ser restablecidos y poder tener comunión con el Dios Santo y Justo.
Con el término «obediencia activa» nos referimos al sometimiento, sujeción y sumisión a la Ley de Dios durante su estancia terrenal, siendo sumamente importante por estas razones:
- Esta obediencia que evidenció su divina impecabilidad, le cualificó y capacitó para ser una ofrenda perfecta, sin defecto, para ser ese cordero sin mancha dispuesto al sacrificio. De haber cometido la más mínima falla, cosa imposible en Dios, sólo hubiera podido sacrificarse por sí mismo, para pagar sus propios pecados, teniendo la muerte potestad y dominio de ÉL, cosa aún más imposible (Ezequiel 18:4, Romanos 6:23). La obediencia activa de Cristo era necesaria para que su obediencia pasiva, fuera aceptable a Dios.
- De no ser por este tipo de obediencia, sería imposible heredar la vida eterna. Cristo no sólo elimina la culpa, la demanda y exigencia penal de la ley, no sólo quitó el pecado (lo malo) de en medio, sino que fue muchísimo más allá, ya que esta obediente y perfecta vida terrenal sujeta al Padre nos es imputada, trasladada y puesta a nuestra cuenta a través de la fe en ÉL, tal como dice Pablo en 2ª Corintios 5:21. No se trata simplemente de una resta al eliminar el pecado y la mancha del mal como si de una pizarra se tratase, sino de algo mucho mayor que una suma al sernos otorgada su justicia positiva a nosotros.
Para definir el papel de Cristo en cuanto a la obediencia activa, lo vamos a distinguir como Representante, pues ÉL es el 2º y mejor Adán, la verdadera cabeza federal de la humanidad. ÉL, en Su condición de hombre, semejante a nosotros, estaba bajo la ley, obligado a guardarla por sí mismo. Y así lo hizo.
Al igual que Adán estuvo bajo el pacto de obras cuya obediencia significaría para él y para sus descendientes vida eterna, así mismo, Cristo el postrer Adán, cuya obediencia a la ley de Dios le otorga los mismos beneficios y bendiciones espirituales a sus descendientes mediante la fe que nos une, injerta y vincula a ÉL.
Como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos» (Romanos 5: 19).
Jesús actuó y funcionó como el último Adán como el verdadero Israel que obedeció en las mismas áreas donde desobedecieron el primer Adán y el primer Israel. Al contrario que el primer Adán, ÉL, el 2º Adán, esto es Cristo, sí ejerció dominio y sojuzgó la tierra con arreglo a la Voluntad de Dios, sí multiplicó su descendencia y sí llevó y llenó la tierra de su gloria.
Mateo 3:14-15: « Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó. »
Mateo 5:17-18: «No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido.»
Juan 14:31 «Mas para que el mundo conozca que amo al Padre, y como el Padre me mandó, así hago. Levantaos, vamos de aquí.
Juan 15:10: «Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.»
1ª Corintios 1:30: «Mas por ÉL estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención»
Filipenses 3:9 «(…)y ser hallado en ÉL, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe»
Gálatas 4:4-5: « Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos
Hebreo 10:7-9:»Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí. Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley), y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último.»
Y es por ello que Jesús, nacido de mujer (humanidad), y nacido bajo la Ley (Gálatas 4:4), fue circuncidado a los 8 días, presentado en el Templo, acudió a ese mismo Templo de Jerusalén en compañía de su familia, fue bautizado por Juan «El Bautista», celebró la Pascua desde los 12 años… Cristo tuvo que vivir una vida de perfecta obediencia a Dios para ganar justicia para nosotros, para que sus méritos positivos obtenidos de su perfecta obediencia contaran y fueran atribuidos a nosotros.
Hasta su muerte y resurrección, Jesús vivió su vida bajo el antiguo pacto, y por lo tanto bajo la ley de Moisés. ÉL estaba obligado a obedecer todos los mandamientos de la ley que se aplicaban a judíos en general, y lo hizo de manera perfecta y sublime, ya que «NO conoció pecado» (2ª Corintios 5:21), siendo «tentado en todo como nosotros, pero sin pecado» (Hebreos 4:15). Además ÉL era «santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores» (Hebreos 7:26). ÉL NO tenía que vivir un vida perfecta y obediente por causa de Sí Mismo, pues ya participaba del amor y la comunión eterna con el Padre desde la eternidad, pero sí lo hizo por nosotros, por nuestra causa, actuando como nuestro representante.
En definitiva, desde que tomó la forma de siervo comenzó a pagar el precio de nuestra liberación, para de esta manera rescatarnos, siendo obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz.
II.- LA OBEDICENCIA PASIVA DE CRISTO
Si acabamos exponer la obediencia activa con la cual se alude a su vida perfecta de obediencia, sometimiento y sujeción al Padre y a la Ley de Dios, desde Belén hasta el Gólgota, desde la cuna hasta la tumba, en este apartado nos enfocamos en su obediencia pasiva, con la cual Cristo tomó sobre sí los sufrimientos necesarios para pagar el castigo que merecían todos los pecados de la humanidad, en base a la Ira de un Dios Justo.
Aunque el clímax y la suprema manifestación de este tipo de obediencia se halló en el monte Calvario donde la totalidad de la ira contenida y retenida de Dios fue enteramente vertida y derramada sobre el Unigénito y Amado Hijo (Romanos 3:21-25), se puede, igualmente, apreciar pequeños destellos de esta obediencia pasiva a lo largo de las páginas de los evangelios, ya que ÉL sufrió durante la tentación en el desierto (Mateo 4:1-11), también mientras crecía en madurez (Hebreos 5:8), en la intensa e incesante oposición de los líderes religiosos judíos (Hebreos 12:3-4) o en la propia muerte física de su amigo Lázaro de Betania (Juan 11:35). ÉL es el «varón de dolores, experimentado en quebranto» de Isaías 53:3. Y es en la cruz donde se intensifican al punto máximo los sufrimientos de Cristo, llegando al pináculo, al clímax de esta obediencia pasiva (Mateo 26:38). El dolor físico de la peor y más terrorífica muerte, la crucifixión, donde cada intento y esfuerzo natural por respirar era un suplicio y agonía. Hay que sumar el dolor psicológico que supuso para el santo y Divino Hijo el hecho llevar en sí los pecados de todos (2ª Corintios 5:21 y Gálatas 3:10-13), que fueron vertidos enteramente sobre ÉL, y que a su vez, provocó el abandono del Padre y el hecho de que Cristo tuviera que pasar por esta situación, absolutamente sólo (Habacuc 1:3, Mateo 27:46). Jesús, en definitiva, llevó, aguantó y soportó la total ira y furia de Dios. Todo el aborrecimiento justo del Dios Santo que pacientemente había, desde el principio, dejado pasar y aguantado, fue desplegado y desatado sin minimizar ni un ápice sobre Cristo en la cruz (Romanos 3:23-25)
Él mismo afirma que da su vida en rescate por muchos (Mateo 20:28). Pablo asegura que ha muerto por nuestros pecados (Romanos 4:25). Juan «El Bautista» proclamaba que Cristo había venido para quitar los pecados del mundo, porque era el Cordero de Dios (Juan 1: 29). En otro lugar, Pablo dice que somos «Justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre» (Romanos 3:24-25); y que somos reconciliados por su muerte (Romanos 5:9). NO hay duda del necesario énfasis de la obra de la Cruz de Cristo, pero, como expusimos en el anterior tema, no debemos subestimar ni obviar que Cristo obedeció en todo y ello, en gran medida, le cualificó para subirse voluntariamente a aquella cruz, y atribuirnos nosotros, mediante la fe, sus logros.
La obediencia pasiva de Cristo sobresale en forma prominente en pasajes como los siguientes:
Isaías 53:6 y 10: «Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros (…) Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada.»
Romanos 4:25: «el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación.»
1ª Pedro 2:24: «quien llevó ÉL mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados»
1ª Pedro 3:18: «Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu»
1ªJuan 2:2: «Y ÉL es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo»
Cristo cargó el pecado de todos nosotros (Isaías 53:6 y 10), siendo juzgado y golpeado por la ira de Dios en aquella cruz donde ÉL actuó como nuestro Sustituto vicario, al ser considerado culpable, pagando por nuestros pecados.